El amor vibrante de las cosas se llama regocijo
y se percibe sonoramente transmutado
por la célula y la vibración que sobrepasa
20,000 dimensiones de amplitud
que se condensan por expansión intensiva en los aires.
El amor galopa en hertzios en plenas ancas,
con frecuencia vibrante y timbra la complejidad
del conjunto. Es su estímulo para hacerse un beso
y levantar su polvo entre los ecos. O un abrazo.
El encuentro cuaja en los vientos.
¡Yo escucho el trote dulcemente!
19-6-1977 / El hombre extendido
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