En este momento, el omnisciente prohibidor
me observa. Examina mis hígados.
Adivina lo que late en mi llama y apaga mi pabilo.
Atraídos, por igual, los iama-dutas,
mensajeros del que escribe y registra mi aliento,
me investigan. Olfatean mi paradero.
Estoy sin escapada. Me ha visto
el cobrador; me ha visto el que quiere su tajada.
Vino por lo que debo y tengo que pagar.
No hay cuje. Las manos invisibles se aferran
a mi cuello. En algún espacio aprietan
tan repulsivamente y no reacciono,
no veo, no escucho, no siento,
no puedo respirar.
Lo que antes hablé ya no sirve.
Lo que pienso no me justifica.
Nada ocurre que defina un accidente.
Hoy me observan, me examinan,
me descubren, me trasladan
los agentes causales de la muerte.
Y la causa definida y real es que no tengo
con qué pagar a quien me dio
por adeudo la vida.
12-06-1986 / El hombre extendido
Cómo conocí la soledad
Wednesday, April 09, 2008
Los cobradores
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