… porque se cansó de caminar
el vagabundo vio el fantasma del desgaste,
su energía, justo al lado del árbol
en que buscó una sombra.
El sol estaba intensamente desprendido.
La brisa se metió en una talega de ironía.
La soledad se fue acercando como muro.
El vagabundo besó la incertidumbre.
Pensó hasta en el capricho de la muerte.
El maldijo un par de ángeles que huyeron de sus poros.
Fueron gotas de sudor y desaliento.
El caminante alegó que está vacío.
Siempe ha sido así. Todo lo busca afuera.
Va por caminos que lleven a su hallazgo,
mas se siente bagazo seco del Destino.
Al fin, el rudo tronco de un árbol
(que lo observa) se hizo blando. Compadece.
Y desde la rama ha comenzado a mirarlo
con ternura. El no creerá mi voz, ya sabe.
Entonces, tiró un oscuro fruto de sí.
Soltó una baya y con la baya el higo dulce:
la corazonada, la voz inconsulta,
la voz del vagabundo que despertó
casi oyendo, autoexaminado…
Reposa unos minutos, caminante.
Yo sé que estás cansado; pero, cuando veas
otros que cruzan el camino, deja el orgullo.
Pregunta, consulta; alguien ya fue a dónde vas,
o quieres ir, él sabe cómo, él te confirma
y, un último consejo, vagabundo:
Come las voces de la baya misteriosa.
La pongo en el fondo más puro de tu alma.
5-12-1984 / El hombre extendido
El árbol
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