Muchas son las historias, relatos de agresión,
huesos fragmentados por jaurías, memorias privadas
sobre el desaliento y el ansia y el pesimismo.
Ha muerto, no Dios, la libertad ha muerto
y la esperanza de una existencia pura.
Ha muerto la abolición del tiempo, aquí y ahora,
y su ideal: la regeneración colectiva. La eternidad.
En cada tumba, se aúpa un relato que lo dice.
Aquí yace un hombre arcaico, el último ser
no mordido por la historia; aquí, con esta cruz,
se da memoria de seres trascendidos,
el único que no estuvo sujeto al pánico concreto
de esta modernidad tan omniconclusiva y totalizadora.
Estos son los cadáveres de una vieja
armonía de explicaciones.
La jauría postmoderna les olvida.
Asalta esos cementerios donde nadie tuvo historia
y la impotencia creadora fue algún tipo
de dicha o de resignaciones.
12-19-2002 / De El hombre extendido
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