Lo llenó el sol de oscuro y tirria alucinada.
Le pegó en los ojos con ganas de cegarlo.
Y el mismo ser que dijo existo le negó
el abrevadero, el oasis, el pozo del descanso.
Por eso el ave vuela todavía
y tendrá que volar aunque no quiera.
El deseo tuvo destino de rutina.
Que vuele es su ley.
Beber de la rutina de los tiempos,
aliada al ser en sí, siendo en sí deseo;
deseo que nunca se culmina,
ser ojo eterno y ciego de apetito,
venérea sed, llanto por llanto,
caudal insatisfecho desde sí
y en otros, satisfecho.
5-17-1990 / El hombre extendido
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