Levantaron su huipil porque lloraba.
Ella buscaba la Tula verdadera.
Un lugar sin hambre y sin congoja.
Un paraíso con los suyos, sin traidores.
Pero el pochteca estuvo allí.
La vendió gachamente después de coyotearla
por los montes, trazándole la ruta del escarnio.
En la casa de Calmécac, el tarado del átlatl
dio su golpe. Un cafre fayuquero, por dinero,
la entregaba. La robó. La dejó sola.
La cedió a un monte oscuro de salvajes,
sin patrullas que le dieran protecciones.
Un migra mexicano, deseándola, comenzó
a chupar su piel como una fruta.
Y aquel huipil cayó con la deshonra
y del polvo nació un escarabajo.
En la casa de Calmécac, su sangre inspira el luto.
Bajo la tierra de un patio la enterraron.
Ahorita ya hasta un macegual canta.
Un azadón de sangre en su hombro gime.
Y en la tierra donde la calaca virginal
se irá secando, ya nadie tiene hambre
ni congoja ni ilusiona un paraíso
con los suyos: ¡la olvidarán!
1986. Tijuana / El hombre extendido
Wednesday, March 19, 2008
Negada fue la Tula verdadera
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