¡Esta maldita barbarie!
¡Este discurso triunfante de puerta que se cierra
de un portazo y sangra las narices del que llega!
pues se vive en función de lo inmediato.
¡Estos ladridos de perros entrenados
para muerte y combate!
No hay paciencia que aguante un giro
en la rutina cotidiana. Ya se dio todo.
Murió la dialéctica con síndrome de asfixia.
Murió hasta el propio Dios junto a mordiscos.
A varones muy santos y beatas les mordieron.
Y pensar que aún amparados entes, vestidos
del narcisismo de los ángeles se sintieron
tan seguros, protegidos. Querían que se amara
tan incondicionalmente que hasta los perros
descreyeron el pan, el hueso y toda mansedumbre.
¡Qué traición de amor perro y traicionero!
perjuramos con un vínculo enajenante y homicida
que nos hemos vuelto sal en medio de las cosas
y ciudades, en cercanía de esa Lamia
que se quedó sin foro y no obtuvo otro púpito
que el odio y el temor de las jaurías humanas.
El hombre extendido
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