Wednesday, March 19, 2008

El tránsfuga cósmico




Mi camino en la tierra se pierde en los milenios.
Es condena uranofóbica que deambula en la sombra.
Evade uno y cada uno de los cuerpos.
Sepulta toda luz, sólo se mira a sí mismo.

Un sol es que depreda y me alcanza.
Un sol es que muerde.Y aún no sé por qué
si la luz es infinita y el sol
cuando amanece sale para todos.

Vago como vaga el karma en las edades
del poder ilimitado y el placer caprichoso.
Una chispa disparada soy en lo frío de la noche.
Un perecer detenido, aún cargado de fuego.
Mi padre dijo: «Mi fuego es para Ella.
Y ella es sólo para mi fuego».

El cielo es celoso y yo no lo comprendo.
Es tan inmensa la Urania. Y mi madre lo sabe.
Y un día lo preguntó: «¿Que haces, esposo mío,
con los hijos del fuego que comparto?
¿No enciendo yola llama que relumbra en tu pabilo?
¿Dónde escondes a los hijos que te doy?»

Tal vez la unidad no aspira a dividirse.
Tal vez la soledad no quiere compañía,
tal vez el amor indivisible se sienta avergonzado
y no se atreve a ser dual y no se atreve a ser múltiple.

No fui el primero, no. Fui el último que heredé los ojos
de mi padre y quise inútilmente solazarme en ellos.
Soy el advertido de que La Tierra llora;
el primero que dije a mis hermanos:
«Nuestra madre sufre por culpa de su esposo».

Fui el primero que intentó el consuelo
desde las grutas profundas de la vida.
Escuché la queja y me hice hombre...
«¡No escondas los hijos que te doy.
No los apartes de las caricias de mis dedos!»
Ese día la Mujer inventó la madre humana.

Pero el amor es celoso. Y los celos
se vuelven homicidas y se heredan en la hoz
que empuñamos, dizque por redenciones.
La Urania es un espejo de la psiquis, no una piedra,
no un pedazo de hielo de los polos…

Y ella, transgresora, me dio la hoz.
Y rompio el orden cósmico y se hizo natural
como mi mano y vulnerable destino.

Me dijo: «Sálvate y mata»… Y yo lo maté.
Me cansó el eterno exilio cosmogónico.
Yo, el más pequeño de los yoes. maté al padre
que me escondió en el abismo.Yo maté, sí,
yo fui el primero que maté y, por tal causa,
seguirán matando los hombres.

2.

Ahora me llaman el parricida y mi memoria
me sigue a todos lados. Y me escondo
por mi cuenta cuando Urano no existe.
El semen anega mis caminos.
Salpica a mi paso todo lo que encuentro
y entre charcas del semillero lácteo naufrago.
Resbalo, caigo y lamento.

Mi esposa se niega a darme noches e hijos.
Se ha inventado el trauma de la sangre.
«¿Qué se puede esperar de quién mató
al padre suyo, quien es el padre mío?»

Hermana mía, el Cielo está medio vacío
y mi estómago seco. No hay delicia nutricia
después que formulaste las acusaciones:
«¿Qué se puede esperar de criminales?»

3.

Y el parricida se convirtió en caníbal…
Y caníbal soy, sin el pozo mágico de Rea,
lo femenino; parricida soy. No encendí
el fuego reconciliador y fascinante
que pudo unirme a él, padre olvidado.

Es que estuve en el ombligo de mi madre
cuando ella se creyó centro del mundo.
Ahora tengo el Hades intramundano por camino.
El devenir se volvió un escarabajo.

En zanjones y en estanques donde reina
la sombra húmeda y el semen de mi padre como barro,
duermoy me despierta el sol, mordiendo estiércol
desde el ocaso. Me embriaga la luna y me da sus puñales.

Bebo, haragán de sueños.
Bebo, bebo, enloquecido, con las culpas
del crimen y la herencia de una ley inexorable:
la condena sagrada, la edípica culpa de los ojos,
porque yo lloro y mendigo
siendo un rey transmundano
e hijo de reyes históricos.

Para alguna energía renovadora, a hurtadillas,
me robo los manjares del palacio; me los trago
y absorbo desde un vientre fecundo.
Es la sangre de mis hijos.

«Tú eres sabrosa, Hestia,
pero tengo que devorar la amarga fruta, tú,
aún más sabrosa, Deméter, pero debo comerte igual
que a Hadesy en Poseidón, me beberé los mares».

4.

Voy a darte una piedra, esposo mío.
Una pócima de amor. No es un veneno.
Es placebo quizás; es una roca de mentira
que aceito con tu nombre. Soy tu esposa
y tu hermana y, pese a todo, te quiero.

Andas ebrio, azaroso, pordiosero, por campos
y ciudades. Devorar a tus hijos y llenarte de culpa
te vuelve vagabundo. Ya ni yo misma me acuerdo
de tus besos; ya no sé si guardas la ternura primigenia
con que nació la alborada y el fuego y la esperanza
en las grutas escondidas que nos dio el padre Urano.
Voy a parir el consuelo otra vez.

Quizás no comprendas lo que hago.
Te voy a rescatar humanamente para que vivan
tus generaciones y se haga el hombre extendido.
Tu pequeño está por nacer (lo llamaré Zeus,
el nuevo orden) y tú vendrás a exigirlo
y a robarlo; pero esta vez, no podrás.

Voy a salvar a ambos, parricida.
Voy a cortar tu paso en las edades kármicas.
Te daré una piedra de consuelo.
Voy a fundar un héroe verdadero.
Lo harás copero en el trono de tus desvaríos.

Vas a quererlo sin saberlo.
Con él, vas a entregarlo todo.
Vomitarás sobre el pecho mis generaciones
y tal vez llores conmigo, por primera vez.

Voy a fundar el ser del hombre.
Ya no serán titanes del capricho
ni títeres del Destino
las criaturas nacidas en el mundo.

17-06-2000 / El hombre extendido

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