El caminante no se escondió de sí mismo
porque las palabras que encontró parecieron
gastadas, inútiles, sombrías. El era la consciencia.
El fue junto a un camino, abierto para sí,
como proyecto a vivirse. El no dijo: Te negaré camino.
Estaré quieto bajo una piedra inerte.
El caminante tenía un destino y las jaurías
lo buscaban, oliscándolo hasta debajo de las peñas.
Pero asumió los riesgos, se encaró al que muerde,
al que tiene en su hocico lo inútil, las iras
de la renuncia y la carencia de ser.
El caminante supo que el camino le espera.
No podrá ni suprimirlo ni ignorarlo.
No lo salvarán ni las orillas. No estará
seguro ni detrás de los matojos.
3-12-2002 / De El hombre extendido
La meta (2)
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